Si las paredes hablaran… eso decía siempre mi madre cuando yo era pequeña, no entendía en ese entonces el porqué de esa frase, pero con el tiempo me fui dando cuenta.
En la biblioteca de mi casa natal, que era una habitación amplia con paredes vestidas de libros, una gran mesa rodeada de ocho sillas, se reunía ella con sus amigas cuando venían a visitarla. Estas visitas eran muy frecuentes y ella las hacía pasar allí cerraban la puerta con llave, mientras mis hermanos, nuestros amigos y yo jugábamos afuera o en la gran quinta que tenía mi casa. A veces cuando nos arrimábamos al lugar sentíamos voces, a veces risas, a veces llanto. La curiosidad por escuchar era grande pero no nos atrevíamos.
Recién cuando falleció mi madre y yo comencé a leer sus escritos, ya que a ella le gustaba mucho escribir, me entero de que todas sus amigas venían a contarle sus “cuitas”: amores, desengaños, resoluciones, o simplemente a pedirle consejos. Ella era “la que sabía”, el ejemplo de una mujer cuya palabra era escuchada y respetada. Pero estas confidencias y el lugar que ocupaba entre sus amigas la hacía muy feliz.
María del Carmen Sarquis.
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