"Tic-tac, las siete, arriba,
¡las siete!" sonaba por las paredes de la casa. Esa mañana la
casa estaba llena.
El reloj continuó con su
tic-tac, repitiendo sus sonidos hasta que todos los escucharan. "Las
siete y uno, el desayuno, ¡las siete y uno!"
En la cocina, el horno del
desayuno dejó escapar un silbido y arrojó de su cálido interior
ocho tostadas perfectamente hechas, ocho huevos perfectamente fritos,
dieciséis tajadas de panceta, dos cafés y dos vasos de leche
fresca.
"Hoy es 3 de agosto de
2026", dijo una segunda voz desde el cielo raso de la cocina,
"en la ciudad de Allendale, California". Repitió la fecha
tres veces para que todos la recordaran. "Hoy es el cumpleaños
del nuestro vecino, Roger. Hay que pagar el seguro, y también las
cuentas de agua, gas y electricidad".
Escuchando esto, la familia
desayunaba. “Siete y cuarenta y cinco. A cambiarse. ¡Siete y
cuarenta y cinco!”. Todos se pararon, las paredes de los cuartos se
abrieron buscando la ropa que necesitarían ese día y ellos se la
pusieron.
"Ocho y uno, tictac, ocho y
uno, a la escuela, al trabajo, corran, ¡ocho y uno!" Uno a uno
se oyeron los portazos y empezaron las suaves pisadas de las
zapatillas sobre las alfombras. Afuera llovía. La caja meteorológica
en la puerta de entrada recitó suavemente: "Lluvia, lluvia,
gotitas, impermeables para hoy...". Y los dejaba al lado de la
puerta, para que se los coloquen antes de irse.
“Tres y veinte. Hora del
retrato. ¡Tres y veinte!” Y así la familia se quedó quieta para
que los brazos de la casa pudieran retratar su tarde en el patio
(ahora que la lluvia se había ido y el cielo estaba más celeste que
nunca). El padre cortando el césped, la madre arreglando las flores
y los hijos pasándose la pelota. Al ver la pintura les gustó tanto
que la casa la enmarcó y colgó en el living, para que todos la
vieran.
“Son las cuatro. A merendar.
¡Las Cuatro!” Hacía tanto calor que la familia tuvo que comer
dentro, con el aire acondicionado y no pudo aprovechar la pileta
recién llena. “La temperatura está por alcanzar los 57 grados, la
mayor oleada de calor en la historia” les contaba la casa. Era
tanto que ya no lo soportaban.
Pasado un rato el calor no
disminuía, sino que seguía aumentando. “Demasiado calor,
malfuncionamiento del sistema, reiniciando” dijeron las paredes,
justo antes de apagarse completamente. La familia entró en pánico,
se asomaron y vieron que todas las casas del barrio estaban apagadas
y sus vecinos se iban corriendo.
― ¡Debemos llegar al refugio
anti-bombas! Es el único lugar donde podemos soportar esto.― gritó
su vecino.
Ellos ni lo pensaron, agarraron
algunas cosas y se fueron a toda velocidad. Pero antes de irse el
padre fue a ver el mecanismo de la casa y le hecho hielo en su
interior, esperando que volviera a funcionar.
“Son las cuatro y doce,
demasiado calor en el exterior, protegiendo la casa”. Y así, las
puertas y ventanas se cerraron, la casa esperando a proteger a la
familia. Y la familia, ya fuera de la casa.
….
En el living, cantaba el reloj
con voz: "tic-tac, las siete, arriba, ¡las siete!" como si
temiera que nadie se levantara. Esa mañana la casa estaba vacía.
Juanpi Ortigosa, 2016. Sobre Vendrán lluvias suaves de Ray Bradbury.
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