Les recuerdo a todos que yo fui alga. Durante doscientos años acampé en el fondo soleado del mar. Me mecí en el suave corriente de la profundidad. Me empapé de soledad y aburrimiento. La luna alguna vez cantó su canción. En ese tiempo sólo vi pasar tres peces por mi zona. El primero fue un pez espada brillante y señorial que seguía su destino. Un túnel de agua en el agua era su vida lineal. Su tiempo. Los ojos mudos hacia adelante con perfecto andar. Compartimos el mundo por unos segundos y siempre tengo la duda de si me vió.
Algunas décadas después fui despertada de mi letargo por el paso lento del pez dios. Tan despacio avanzaba que tuvimos una charla de un año, hasta que no nos oímos más. Obtuve en ese encuentro divino, las respuestas a las cuestiones que más aquejan nuestro ser. El gran problema fué la complejidad de las respuestas. Es muy difícil para nosotros, seres intermedios, entender la lengua de la deidad. Guardé todos sus verbos en nuestra memoria inmaterial y dediqué cada instante de mi último siglo a descifrar el haz de sabiduría con que fuí iluminado.
La vida casi inmóvil que transitaba y el aislamiento fueron un buen ambiente para la reflexión. Sin esa ocupación mi destino era la locura, la degradación por no soportar ser alga. Después de mucho esfuerzo había comenzado a descifrar las claves del universo. Los límites comenzaban a expandirse. Cuando las formas perdían su sentido ante el orden cósmico, cuando vislumbraba la disolución en la deidad, sucedió algo desquiciante.
El pez japonés, cuya existencia era negada por todos; y cuando digo todos los incluyo a ustedes que ahora deciden mi destino, se materializó delante mío clavándome una mirada desesperada. Una frase tremenda e inexplicable rompió el silencio de la profundidad. "El agua es la sal y el caos". Dicho esto explotó en pedazos. La arena y el mar se fundieron en una masa descontrolada. Fui arrancada de raíz al igual que todos los seres vivos de allí abajo. Rodábamos, chocábamos y nos desarmábamos con violencia. Fuimos arrasados y reducidos a partículas.
Nada tuve que ver con la destrucción del tercer planeta, como acusan cobardemente los cófrades. Ni siquiera pensé en el apocalipsis fuera del mar. Mi único error fue escuchar al pez japonés y quizás a la deidad. Decidan como quieran. La apertura del agujero negro donde el caos es la nada ya es irreversible. Me llevo el consuelo de no volver a ser una maldita alga.
Beto Chiariotti, 2017.
Para Minuto Caos.
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