Cerca de la sagrada laguna de Iguaque vive un escarabajo llamado Cucarrón. Su cuerpo es verde esmeralda con seis patas negras y deshilachadas.
De niño escuchó la historia de la flor de maravilla plantada por la madre Tierra o Bachué. Es reconocida por su dulce perfume. Los pétalos rojos y bordes dorados brillan como el sol. Es muy difícil encontrarla ya que sólo florece una vez al año. El que lo hace recibe un antiguo secreto que llena su vida de felicidad. Cucarrón soñaba con la flor dorada y su secreto.
Una mañana despertó decidido. Guardó en su mochila algo de abrigo, unas cuantas medias y fue hasta la plaza para despedirse de sus amigos. Allí también estaba su mamá que, con lágrimas en los ojos, le regaló un collar plateado:
─Quiero dejarte este collar que de niña encontré a orillas de la laguna. Con él sentí la compañía de la madre Bachué durante todos estos años.
─Gracias mamita, sos lo más.
Se dieron un abrazo, cargó la mochila y empezó su aventura.
Caminó cientos de kilómetros por los espesos matorrales de Arcabuco. Trepó montañas entre piedras resbalosas. Un día casi se rompe una mano por querer saltar un canto rodado. Las tardes de mucho viento debía hacer un hueco en la tierra hasta que llegara la calma.
Camino hacia El Cardonal se cruzó con una señora araña que descansaba remojándose en un charquito.
─Disculpe doña, ¿sabe dónde encontrar a la flor de maravilla?
La araña pareció sorprendida.
─Esa de pétalos rojos y dorados. ¿Vió alguna?
La señora se quitó los anteojos, sacudió su cabeza y dijo:
─¡Qué raro, un escarabajo interesado por esa flor! En tus ojos veo las ganas de ser feliz. Te voy a ayudar.
Cucarrón paró sus antenas.
─Cuando cruces el próximo río, vas llegar a un humedal donde gigantescos árboles llamados Custodios de Vida, protegen con sus ramas a exóticas aves de plumas naranjas y amarillas. Allí vive la única flor de maravilla dorada.
─¡Muchas gracias doñita!, contestó a la señora araña y sin esperar, corrió hacia ese lugar.
Eludió a curiosos perritos que intentaban ponerlo patas hacia arriba para jugar con él. Nada podía detenerlo. Cruzó el río sobre una hoja de laurel que le sirvió de canoa. Al llegar a la siembra de agua saludó a las aves que planeaban en grupos, exploró entre la vegetación y detrás de unas piedras la encontró.
En ese instante quedó sin moverse atrapado en una fría sensación de tristeza. No podía creer lo que veía. Las hojas desparramadas en el pasto, parecían mordidas por termitas y su tallo doblado como plastilina.
Lo único que pudo hacer fue llorar acostado sobre el pistilo de una suave flor acampanada. Sus lágrimas caían sobre los pétalos de terciopelo.
Enfurecido arrojó la mochila:
─Ya no la necesitaré más─ dijo entre llantos.
Luego arrancó su collar y también lo tiró. Éste golpeó sobre una roca, se abrió y de su interior cayó a la tierra una diminuta semilla. En sólo unos instantes germinó y se convirtió en una nueva flor de maravilla.
La primera en reconocerla fue una mariposa blanca de la Col que con sus aleteos avisó a Cucarrón.
Al abrir sus ojos encontró sorprendido el retoño de una nueva florcita de maravilla dorada. Entusiasmado se acercó dando un salto. La tomó entre sus manos y quedó maravillado con los colores y el dulce perfume. De la alegría, no podía hablar. La flor lo miró a los ojos y movió sus pétalos en señal de amistad.
─¡Al fin me encontraste cabezón! ¿Sabés cuál es el gran secreto para que seas feliz?
─No.─respondió con su cuerpo quieto como estatua.
─Es muy fácil. Siempre seguí la voz de tu corazón, hacé todo lo que esté a tu alcance para conseguirlo y nunca te des por vencido.
─¡Claro, así es como te encontré! ─interrumpió Cucarrón con una mano en su cintura mientras pensaba: ¿y éste era el gran secreto?
─Sí, sí. Pero lo más importante, ─continuó la flor ─ es vivir muy atento ya que a veces, aquello que buscás en algún lugar lejano, puede estar esperando muy cerquita tuyo.
Cucarrón vió su collar abierto y comprendió.
Gabriel Guadalupe, 2019.