lunes, 4 de octubre de 2021

Javier en Ventana a la escritura

 Avioncitos


Algunas ideas mías pueden ser plegables o rebatibles, igual que esas camas de pequeños cuartos de solteros que para ajustarse a un espacio reducido, durante el día de trabajo, se recogen contra la pared, simulando su inexistencia. Así me conduzco en sociedad muchas veces. La ciudad, a diferencia de un pueblo o una aldea, no la constituye una comunidad cercana y recíproca, sino una fría sociedad compleja, desconocida y sola.  La economía de pensamiento en una ciudad céntrica como puede ser Buenos Aires se mueve y se ajusta muchas veces al patrón del tiempo escaso y el espacio pequeño. No es lo mismo razonar desde una casa de campo o del suburbio del segundo cinturón hacia las afueras de la ciudad que ponerse a contemplar ociosamente las ideas desde un monoambiente embutido en  el marasmo del ruido, la confusión y los semáforos. Por eso pienso mis ideas durante la noche; miro el reloj un rato antes del gong de las doce, desenfundo una computadora que guardo celosamente en el segundo cajón del placard, me lavo las manos bajo el chorro de agua caliente y ya después, con las manos secas y la medianoche encima, me pongo a escribir esas ideas. Tengo también una impresora que uso muy frecuentemente: aún no puedo acostumbrarme del todo a la digitalización del pensamiento; es decir, intento que en el olor a tinta y la textura del papel en blanco se selle cierto sentido corporal a eso tan volátil. Después la máquina se guarda junto con la impresora en el placard. Las hojas impresas son plegadas y transformadas en avioncitos de papel blanco. Las ideas arrojadas desde el séptimo piso por mi balcón y con todas mis fuerzas hacia Parque Rivadavia. El linyera que duerme en el contenedor de la esquina es mi único lector; él es quien recibe los aviones.  A la mañana siguiente vuelvo a la oficina. Cuando lo veo a don Matías revolviendo la basura, le pregunto por algunas de mis ideas; él siempre asiente con la cabeza como si fuera un perro que no entiende nada en absoluto, pero un brillo en sus ojos me dice que es feliz con esos extraños mensajes.




Javier Santos Rodríguez, 2021.



Aydoğdu

 

 

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