martes, 25 de enero de 2022

Rotación mental * Carolina Ojcius

 Rotación mental


Juan estaba estudiando cuando sonó la alarma a las doce de la noche, el único horario disponible en toda la residencia estudiantil para lavar la ropa.

Aquel imponente edificio era un antiguo hospital refaccionado, de siete pisos, ocupaba toda una manzana, de color blanco, con ventanas grises.

La habitación de él era la ciento veintidós en el primer piso. Contaba con todas las comodidades para un estudiante: un pequeño baño, un escritorio de pino con su silla haciendo juego, una mesada de granito con bacha y anafe.

Si él hubiera querido abaratar los costos del alquiler, podría haberla compartido, pero no le gustaba que la gente tocara sus cosas. Además era muy meticuloso con sus horarios de estudio y descanso. 

Tenía planeado recibirse de ingeniero mecánico en cinco años como le había prometido a sus padres y pretendía cumplir dicha promesa sin perder el tiempo en banalidades.

Antes de salir de la habitación, sacó de la ducha un fuentón con su ropa sucia, el paquete de jabón en polvo y las llaves.

Como siempre, cuando recorría el pasillo de su piso, se cruzaba con otros estudiantes, hablando en voz alta, fumando y escuchando música a todo volumen. 

Dos chicas estaban conversando.

-¿Che no viste al negro?

-No ¿Por?

-Es que no viene a comer hace tres días.

-Bueno no te preocupes, a él le gusta andar por ahí, además si quiere sabe cómo volver.

Juan llamó al ascensor, luego de varios minutos cuando por fin llegó, abrió las rejas como un acordeón y marcó el séptimo piso. Los engranajes sonaron primero, luego un ruido estridente como el de una máquina cortando madera, hasta que comenzó a moverse. Parecía que el artefacto se quejaba del malestar de los años, así como un viejo adolorido se queja al arrastrar su andador con dificultad.

Aquella especie de Jaula de Faraday tenía los números del tablero desgastados por el uso, sólo se podía encontrar el piso indicado por intuición. El techo tenía una luz blanca muy tenue que titilaba y estaba repleta de bichos muertos. 

Las paredes estaban vandalizadas por los mismos estudiantes con mensajes y dibujos obscenos, en una de éstas había un pequeño mapa de las instalaciones, donde se podían ver las salidas de emergencia, también se indicaba que el sexto piso estaba clausurado por remodelaciones. Los estudiantes tenían terminantemente prohibido el acceso a dicho lugar.

A medida que Juan se acercaba al quinto piso, el sonido de las personas era casi imperceptible, mientras que el de las máquinas comenzaba a sonar con fuerza. Motores y bombas de agua sonando rítmicamente como un enorme corazón bombeando sangre.

Luego él se percató que en el suelo había un cartel “Atención, ascensor en revisión por las próximas veinticuatro horas, por favor utilice las escaleras. Atte la administración”. 

En ese preciso instante el aparatoso transporte chilló. Se detuvo en seco en el sexto piso, la luz blanca se apagó, en su lugar se encendió una pequeña luz roja de emergencia.

Ese pasillo era completamente distinto al del primero, era el único que aún conservaba el aspecto de un hospital abandonado. Estaba totalmente oscuro de no ser por la luz roja del ascensor, además el aire era pesado y asfixiante.

El techo estaba roto, desgarrado con fierros colgando, las paredes descascaradas, enmohecidas, con profundas líneas de humedad como extensas lágrimas negras. 

A lo largo de este se podía encontrar mucha basura de hospital: camillas, sillas de rueda, jeringas, batas de médicos, frascos de pastillas y documentos de pacientes olvidados desparramados por el suelo.

Él marcó nuevamente el número del piso al que quería ir pero el aparato no hizo nada, decidió entonces intentar abrir las rejas pero estaban trabadas. Activó algo rojo que identificó como la alarma de emergencia y entonces una chicharra comenzó a sonar como un grito agudo agonizante retumbando en todas las paredes del lugar.

En la lejanía del pasillo, donde todo estaba completamente oscuro, se escuchó un pequeño objeto metálico caer al suelo.

Él se quedó inmóvil e intentó encontrar la fuente de aquel sonido, pero no podía ver ni escuchar nada. Unas gotas de sudor le cubrieron la frente.

Presionó esta vez el número siete varias veces con impaciencia. El ascensor hizo un chirrido, se tambaleó en un vaivén de arriba a abajo y unos engranajes al girar sonaron como una risita. 

Fue entonces cuando se dio cuenta de que una silla de ruedas ya no estaba en el mismo sitio. Sintió que su corazón latía con taquicardia.

Golpeó desesperado todos los botones juntos y en ese momento un frasco estalló contra el suelo a unos pocos metros de distancia.

-¡Por el amor de Dios, movete de una vez! -Gritó angustiado. Y sólo luego de exclamar aquella súplica la jaula decidió liberarlo. Apagó la alarma, encendió la luz blanca y destrabó las rejas. 

Juan descubrió entonces, que frente a él, detrás de las rejas, había un gato sentado mirándolo fijamente.

-¡Ah eras vos mequetrefe! ¡Casi me matás de un susto! ¿Qué haces acá Negro? Vení -Le dijo al gato y lo metió al ascensor.

Mientras lo acariciaba y se reía de su miedo irracional, al retornar su viaje, un momento antes de abandonar completamente el sexto piso, vio como una camilla se estrellaba con furia contra una pared.


Fin.


Carolina Ojcius, 2021.



Artista: #NicolettaCeccoli




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