La llamé, la llamé yo antes de salir del trabajo, la llamé porque es mi amiga, mi mejor amiga, y porque la quiero. Seguía llorando, hipando, sorbiéndose los mocos, y la consolé, le dije lo que quería escuchar, que desde luego el presidente del tribunal era un cabrón, que no había derecho a que le hubieran cambiado la fecha del examen, y que estaba segura de que esta vez aprobaría, aunque no era verdad. También yo me sentía sola aquella tarde, y no quería seguir así, no quería correr el riesgo de acabar llamándolo a Pablo, porque alguna vez desconectaría el contestador y la excusa estaba fresca todavía. Por eso, al final, propuse un plan clásico.
Almudena Grandes, Las edades de Lulú.
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