sábado, 22 de abril de 2017

Juanpi Ortigosa * Vista, Santiago de Chile – Sky Costanera


Los 50 segundos más rápidos son los que pasan en el ascensor de este gigante. Desde abajo uno se desnuca para encontrar la cima, 61 pisos, 300 metros, recorridos en un instante.

Se abren las puertas y está el cielo, a lo lejos, con las montañas de fondo, borrosas por la niebla. Uno, dos, tres pasos, y todo toma claridad. De a poco van apareciendo edificios, casas, plazas, elevándose desde el piso. Seguís caminando, hasta que te chocás con el cristal.
Lo tocás, para asegurarte de que no vas a caerte, y mirás hacia abajo. Te invade una sensación de miedo y tranquilidad. Por ese vértigo repentino que genera la altura, y por la gente, viviendo su vida, no se imaginan que haya alguien contemplándolos desde arriba.
Pasados esos instantes de gente y autos, de ponerse en su lugar, comenzás a caminar, a dar la vuelta, y descubrís nuevos paisajes, distintos entre sí, pero que se complementan a la perfección. Acumulaciones de árboles que simulan un bosque, parques gigantes donde no podés distinguir si los que ves en los juegos son niños o adultos. Grandes barrios hogareños, con casas que parecen iguales, intercaladas con zonas residenciales de incontables edificios, uno al lado del otro, de alturas totalmente variadas. Más casas en el medio, escondidas, como si no quisieran que las viéramos.
Creés que la ciudad termina cuando vez el cerro San Cristóbal. Te distrae tanto su belleza, con casi tanta altura como la tuya, ocupando prácticamente todo el paisaje. A lo lejos se observan, como pequeñas hormigas entrando a un hormiguero, a los teleféricos que van de un lado a otro, hasta la cumbre. Ahí te saluda la virgen, tan pequeña que parece un arbusto de roca blanca y uno se quedaría sin saludarla si no sabe que en ese lugar reposa.



Te hipnotizás viendo un verde interminable, y seguís el cerro, para ver hasta dónde llega, pero se pierde en la cordillera. En ese momento notas que, detrás del San Cristóbal, algo se asoma, el resto de la ciudad. Ya a una distancia donde es imposible diferenciar entre casas y edificios, donde las personas son invisibles.
Seguís caminando, esperando ver más, y para cuando te das cuenta, estás en tu lugar de partida. No sentís pasar el tiempo, el miedo desaparece. Ahora no por la gente, sino por la ciudad, por ese hermoso paisaje donde podés encontrar cualquier cosa, siempre, con las montañas en el fondo, borrosas por la niebla.



Juanpi Ortigosa, 2017.
Producido en los Talleres de Siempre de Viaje.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Enhorabuena juanpi!! Sigue asi y seras un gran escritor. Estas re grande che, salu2 a la flia!